Bahía de San Luis Gonzaga, destino encantador, aún en invierno

Baja California
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El reloj marcaba las 7:00 de la mañana del último viernes de noviembre en la ciudad de Tijuana. Habían pasado algunos días y noches de tormentas y nevadas en la zona montañosa.
 
Por un momento, estas condiciones climatológicas me hicieron pensar que por segunda vez tendríamos que posponer nuestro viaje programado a Bahía de San Luis Gonzaga, o “Alfonsinas" como conocen muchos a este precioso rincón ubicado unos 150 kilómetros al sur de San Felipe.
Efectivamente, el tramo de El Hongo a La Rumorosa se encontraba, a esa hora y desde la noche anterior, cerrado a la circulación por las nevadas que se registraban, lo que nos hizo modificar nuestra ruta y partir hacia Ensenada.
Luego de un vasto y tradicional desayuno en “Las Cazuelitas” y cargar combustible tomamos la carretera federal número 3 e iniciamos nuestro camino hacia Ojos Negros. Aunque se trata de una carretera de un solo carril por sentido y muchas curvas, podría decirse que es de las carreteras que hacían antes, o sea que está muy bien hecha, además cuenta con buen mantenimiento.
Por un lapso de poco más de una hora, se intensificó la lluvia, con periodos de granizo y una ligera caída de aguanieve. En el punto más alto ya en el tramo entre Ojos Negros y Valle de la Trinidad, el termómetro se situó cercano a los cero grados celsius. A medida que avanzábamos crecía la incertidumbre de qué condiciones imperarían en nuestro destino.
De repente, detrás de unas curvas y una pendiente en descenso se dejó ver el productivo Valle de la Trinidad, en donde por fin se asomaron unos rayos del astro rey. De ahí en adelante se pronunció nuestro descenso hacia “El Chinero” que es el punto donde se hace una “T” con la carretera Mexicali - San Felipe.
Para entonces el sol brillaba y apenas se alcanzaba a esconder a momentos detrás de una que otra nube. Pasaba ya de medio día y fue hora de recargar combustible en el puerto, conocido como “la puerta norte del Mar de Cortés”, para seguir hacia el sur. Por supuesto la chamara invernal que portábamos sobre la sudadera resultó ya innecesaria.
A poco menos de una hora de San Felipe pasamos por “Puertecitos”, lugar conocido por sus pozas de aguas termales que se llenan con la marea golfo de California. La carretera tiene algunos tramos con desviaciones de terracería ya que se están construyendo algunos puentes. Es en ese punto donde inicia la autopista que empieza a conocerse como la “Costera del Golfo”, una autopista con vistas espectaculares que, una vez concluida, unirá desde ese punto hasta la carretera transpeninsular a la altura de Laguna Chapala.
Conforme avanzábamos nos fuimos maravillando aún más por la belleza de las vistas hacia Mar de Cortés, pues la autopista bordea los cerros de tonos marrones, escasos completamente de vegetación, pero aún así encantadores. De repente el camino te introduce tierra adentro para ascender una pequeña pero escarpada montaña de piedra volcánica, para después de ello descender al nivel del mar para encontrarse con una de las mejores panorámicas del trayecto, nuevamente la costa del golfo pero ahora vigilada por varias islas como “El Huerfanito”, “La Encantada”, “Salvatierra” y la propia isla “San Luis”. Los estragos ocasionados por el huracán “Rosa” que azotó esa región de la península a principios de octubre de 2018, mantienen algunos tramos colapsados de la carretera, aunque las desviaciones están bien acondicionadas para el paso de cualquier vehículo.
Pasadas de las 2:00 de la tarde pasamos el retén militar y por fin le pude decir a mi esposa que habíamos llegado a San Luis Gonzaga, ya en aquel lugar brillaba el sol a todo su esplendor, aunque la temperatura podía considerarse fresca, la verdad es que era mucho muy agradable. A unos metros del retén estaba la entrada a “Alfonsinas Resort”, justo entre la única estación de gasolina y la pista del aeródromo. Un guardia registró nuestro ingreso y nos marcó la ruta bordeando el humedal que sirve refugio de aves y también de tortugas marinas que por las noches, cuando sube la marea, desovan en las playitas que se forman dentro de la preciosa bahía.
El encanto del lugar reside en que la bahía está conformada en buena parte por una impresionante lengüeta arenosa de unos tres kilómetros de longitud, en la cual hay unas dos decenas de casas de playa, equipadas en su mayoría con energía solar y sistema de tratamiento de aguas residuales y para estar conectados, internet satelital.
Al extremo de la lengüeta, nuestro hotelito, el cual cuenta con unas 20 habitaciones, equipadas con aire acondicionado, agua caliente, obvio sin teléfono, ni televisión, ni conexiones eléctricas, aunque sí hay lamparas para iluminarlos. Desde el arribo a la recepción, hay una buena atención, pues el personal es práctico y amable para explicarte por un lado las reglas del hotel, ya que se trata de un establecimiento eco-turístico, así como las condiciones de uso del internet y los horarios del restaurante.
Por comodidad y precio es mejor optar por el paquete de hospedaje y alimentos, pues el restaurante es bastante decente, y pues, no hay otra opción de ir a comer a otros lugares en la zona, sólo el bien surtido mercado que se encuentra hasta la carretera frente a la pista. Una vez acomodados en nuestra habitación bajamos a la comida, el menú incluye pescado, camarones y pollo, así que optamos por unas ricas chimichangas de camarón y unos tacos de pescado estilo Ensenada. De beber se incluyen todo tipo de refrescos, exceptuando las bebidas alcohólicas, aunque nuestra hielera iba surtida y fue momento de abrir una botella de vino blanco de La Rioja. La vista en la terraza y los grandes ventanales del restaurante nos regalaron una postal de impresionante belleza a eso de las 3:00 de la tarde.
Por la noche se pone buena la convivencia con el resto de los huéspedes, mayormente familias, algunos pescadores y motociclistas, tanto nacionales como extranjeros, pues en el área común se puede escuchar música, hasta las 10:00 pm, utilizar los contactos eléctricos para recargar teléfonos y otros aparatos, mientras se juega dominó o cartas a la orilla del mar. También se cuenta con un área de fogatas. Para entonces, el cielo lucía espectacular, pues con una luna escondida, millones de astros se iluminaban en el firmamento, haciéndonos caer en cuenta que nuestro hotel era de un millón de estrellas.
Muy temprano el sábado, pudimos disfrutar de un amanecer impresionante, mientras disfrutábamos de una taza de buen café a la orilla de la playa. Después de un desayuno también muy vasto y sabroso, nos decidimos a realizar una caminata por la playa, lo cual hicimos para alcanzar unos seis kilómetros en la ida y vuelta. El clima de ese día se refrescó un poco y las nubes cubrían prácticamente toda la bahía, aunque hacia el noreste podía verse ya el cielo azul, lo que me daba la esperanza de que el sol se asomara aunque sea un rato para disfrutar de mi equipo de “snorkel”, el cual no utilizaba desde hacía unos años en que tuve la suerte de visitar la zona de arrecifes de “Cabo Pulmo”. Para mi fortuna, después de las 2:00 de la tarde, medio salió el sol, por lo que valientemente me quité la camisa y le dejé mi mochila a mi esposa Carolina, para meterme al agua, la cual sorpresivamente estaba prácticamente templada, lo que me permitió zambullirme un rato y relajarme al extremo equipado con mi chaleco, visor, tubo y aletas.
En sí, son varias las actividades que puedes realizar en San Luis Gonzaga, desde un paseo en “Kayac”, recorrido en lancha por las islas, “snorkel”, y por supuesto salir de pesca deportiva, para lo cual en el mismo sitio puedes contratar equipo y guía. Incluso para aquellos que no gustan de las actividades acuáticas y prefieren caminar o hacer “hiking”, hay un camino para subir al cerro que se encuentra en el extremo norte de la bahía, justo frente al hotel. Por la noche, en la cena, fue obligada la botella de vino, para lo cual no hay cargos de descorche en caso que tu la llevaras, como fue nuestro caso. El menú incluyó un corte “Rib eye” muy bien presentado, con verduras salteadas y puré de papa, aunque mi esposa prefirió un filete de atún sellado, platos que combinaron a la perfección con la botella de “Origen 43” creado en el Valle de Guadalupe por el enólogo Camilo Magoni.
Ya el domingo, el sol volvió a brillar, desayunamos riquísimo a la orilla de la playa, y luego de algunas “selfies” emprendimos el regreso poco antes del medio día. La experiencia en San Luis Gonzaga, un encanto de la naturaleza, valió mucho la pena. El camino de regreso, ya sin el pendiente de saber cómo encontraríamos la carretera, se hizo mucho más ameno, incluso nos dio tranquilidad el prácticamente venir escoltados por una decena de motociclistas que compartían nuestra ruta.
Una parada obligada antes de llegar a San Felipe fue visitar el majestuoso “Valle de los Gigantes”, ubicado en la zona de punta estrella, apenas a unos kilómetros de la carretera. Desde ahí, rodeados de los más grandes cardones de toda la península, pudimos observar cubierta de nieve la cima del “Picacho del Diablo”, que es el pico más alto de Baja California, contrastando con los colores del desierto.
El regreso a Tijuana se dio sin contratiempos, por supuesto nos dimos el tiempo de comer en la “Cabaña del Abuelo”, subiendo “La Rumorosa”, de dónde nos llevamos un riquísimo y cremoso Pay de Elote, culminando así nuestro recorrido siendo turistas en Baja California, invitándonos el maravilloso destino de San Luis Gonzaga a regresar en el verano para ir de pesca.